Ricardo Arturo Salgado Bonilla, 7 de agosto 2016
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Con el pasar de los años los recuerdos se van haciendo borrosos, difíciles de ver.  Nuestras sociedades están diseñadas básicamente para olvidar, incluso, lo que paso hace un día. La cuestión moral es reemplazada por un cinismo cada vez más cínico. Han destruido civilizaciones enteras; los recuerdos de miles de años, buscando armas que no existían. Igual cinismo se vive con la década de paz que Estados Unidos (cínicamente confeso) le robo al pueblo de Nicaragua, que, a pesar de ello, y los ignominiosos 16 años de vileza neoliberal, sigue de frente, construyendo victorias que son faro para los pueblos de América Latina.
El 19 de julio de 1979 el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) puso fin a la dictadura de Anastasio Somoza Debayle.
Siendo yo apenas un adolescente, viviendo en un país que, como Honduras, ha estado sumido siempre en las sombras de la servidumbre, me tocó vivir la emoción de la primera victoria popular en suelo continental latinoamericano. Habían pasado veinte años del triunfo de la revolución cubana, mucha agua había corrido bajo el puente, y las nuevas generaciones creíamos en la revolución que liberara nuestros pueblos. Entonces, el desenlace con un sabor único, que se puede disfrutar una sola vez en la vida; un grupo de jóvenes muchachos terminaba el 19 de julio de 1979 con la dictadura más antigua que mantenían los gringos en nuestra America.
No se pueden escribir todos los actos de bondad, solidaridad y heroísmo que se dieron en aquellos momentos de liberación nacional, nicaragüense, pero tan nuestra. Jóvenes hondureños de entonces participaron con entusiasmo y convicción en aquella gesta; todos creíamos en lo hermoso que es el internacionalismo que nos había dejado como enseñanza el Che. En la lucha entregaron su vida algunos patriotas hondureños, que esperan por nuestra victoria para ocupar el sitio de honor que merecen en nuestra historia, y que el sistema ha ocultado porque siempre los tildó de sediciosos.
Sedición, un cargo del que gustosamente me declararía culpable, la derecha cretina todavía lo usa para perseguir mujeres y estudiantes. No se dan cuenta que sedicioso es un adjetivo que nos llena de honor a los revolucionarios. Hace muy poco, los jóvenes estudiantes universitarios en Honduras eran acusados, también, por sedición.
Por supuesto, viví la década en que Honduras albergaba la contrarrevolución contra la Nicaragua Sandinista y entrenaba batallones enteros de soldados salvadoreños para que asesinaran patriotas en la tierra de Farabundo Martí. No había nada más grande en aquel momento que la imagen de los muchachos sandinistas de frente contra el imperialismo. Por cuestiones de la historia, hace poco tiempo me di cuenta que, en el primer aniversario de la victoria, en 1980, otro hondureño estaba en la plaza de la revolución atento al discurso del comandante en jefe, Fidel Castro; ese hondureño era Mel Zelaya, derrocado años después por que los Estados Unidos debían iniciar su ofensiva contra el ALBA de Bolívar, Morazán y Martí.
No puede ocultarse, los patriotas de aquí y de allá, siempre nos identificamos con las causas de nuestra américa liberada. Pasaron 37 años de aquella victoria, y muchas cosas siguen ocurriéndonos, y nos seguirán ocurriendo, porque la guerra contra la injusticia no se detendrá mientras existan los enemigos de la paz y de los pueblos.
Bañada por la sangre de los muertos a manos de los mercenarios, y bloqueada criminalmente, Nicaragua entró, cuando iniciaban los años noventa, en una etapa más oscura que la guerra misma: la vorágine criminal del neoliberalismo que llevo a la cima a bandoleros disfrazados de empresarios. Aquella fue una experiencia amarga, que tuvieron que vivir los nicaragüenses (nosotros la seguimos sufriendo, cada vez peor), que les dio valiosísimas lecciones. Bajo la dirección acertada y paciente del Frente Sandinista de Liberación Nacional, se fueron construyendo las bases para la continuidad de la revolución; la pausa decretada a balazos por el imperio sirvió para madurar la consolidación de un proceso que nunca salió de Nicaragua.
El retorno en la primera década del siglo XXI del FSLN al gobierno, después de múltiples movimientos estratégicos, se dio en un contexto victorioso, en el que las fuerzas progresistas del continente se habían multiplicado y alcanzado los gobiernos en varios países, lo que permitía aspirar a la gran Patria Grande, tarea que sigue pendiente.
Después de dos periodos consecutivos de gobierno del FSLN, bajo un ambiente de paz y estabilidad, únicos en la región centroamericana, se han consolidado muchas victorias del pueblo nicaragüense, que dé a pocos, paso a paso, abandona la miseria a la que la condenaron los lacayos del imperio, y se ha convertido en un país digno, del que todos sus ciudadanos se sienten orgullosos.
Y aquí convive un pueblo revolucionario con un grupo chiquitito de gente desleal que se dicen oposición, y que disfrutan de la prosperidad que les da la vida hoy en Nicaragua. Ese puñado de personas está muy consciente de la intrascendencia de su rol político en la tierra de Sandino, pero necesita activarse siempre, cada vez que vuelve un periodo electoral. Son los abanderados de la causa imperial, que ahora incluso se pelean para no ser candidatos. Si, leyó usted bien, nadie quiere ser candidato de la derecha en Nicaragua, y no porque les falten recursos, ni porque les falte odio contra la revolución y sus logros; lo que les falta es pueblo.
La guerra contra la floreciente democracia popular sandinista viene de afuera; son muchas las mentiras que se dicen a diario en todos los medios transnacionales y de las oligarquías locales. En mi país, Honduras, todos los días coinciden medios de distinto signo a lanzar todas las injurias que se les ocurren contra el FSLN. Hablan de dictadura, aunque el pueblo nica opina abrumadoramente lo contrario.
Pero en los países ALBA, incluida Honduras (nuestro corazón sigue estando en el ALBA), los cañones de propaganda escupen falacias con un propósito más grande de hablar mal de la revolución sandinista; destruir la imagen, el ejemplo que esa revolución irradia como bastión de la liberación de nuestros pueblos. Sin mencionar, la criminal estrategia de guerra económica para ahogar al pueblo bolivariano.
Muchas veces nos acusan de decir cosas descabelladas, sin pruebas. Eso nos lleva a recordar la historia del Chile de Salvador Allende, los gringos ahogaron la economía chilena, y terminaron asesinando la democracia, al presidente Allende a miles de chilenos, y les tocó vivir una dictadura fascista por década y media. Todavía paga el pueblo chileno la canallada imperial de entonces. Años después, se “desclasificaron” documentos, se conocía la frase de Nixon “quiero que chille esa economía” (posiblemente esta cita no es literal); Kissinger es confeso, ninguno paga por aquellos crímenes. Entonces yo pregunto, ¿qué pruebas quieren de las conspiraciones del imperio? ¿Los cadáveres y el pueblo hambriento?
Si de verdad existiera un orden internacional, Estados Unidos tendría la obligación de reparar 26 años de crímenes contra Nicaragua (en realidad tendrían que pagar a cada país de este mundo). Pero el pueblo de Sandino sigue altivo, construyendo victorias, consolidando su revolución, porque la historia no es un invento, y aquel es un pueblo vencedor, por ello sigue siendo UN EJEMPLO QUE TODOS DEBEMOS SEGUIR.

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