Viernes 17 de Julio 2015 | La Lucha Sigue(org)
Porqué celebramos el 17 de julio el Día de la Alegría
Hacía mucho que esperaban ese día todo el pueblo de Nicaragua, todos los demócratas de América Latina, toda la gente honesta de la Tierra. Llegó, por fin, aquella noche del 17 de julio de 1979, cuando olvidado de la fanfarronería protocolar, calladito y apurado cual ladrón, de su «bunker» en Managua se dirigió hacia el aeropuerto donde le esperaba su avión personal el ya ex dictador Anastasio Somoza Debayle, acompañado de un puñado de taciturnos y desalentados favoritos.
En el compartimiento especial del avión fueron cargados los restos del padre y el hermano del tirano, sustraídos de sus tumbas y metidos en cajas metálicas. Al amparo de la oscuridad, los fugitivos se despidieron apresuradamente de un grupito de perplejos cómplices que se quedaban en Nicaragua.
El avión tomó rumbo hacia EEUU, donde en la base militar de Homestead, a 25 kilómetros al sur de Miami, a Somoza, su hijo y su séquito los esperaban representantes de la administración norteamericana. Atrás quedaban las ruinas humeantes del país, se escuchaban los clamores histéricos de los acólitos del dictador abandonados a su suerte y crecía el júbilo solemnizado del pueblo triunfante.
La tragedia de Nicaragua comenzó en una oscura noche del febrero de 1934, cuando, engañado por falsas promesas de una paz nacional, vino a la capital desde la selva septentrional el general Augusto César Sandino, jefe guerrillero jamás vencido. Fue atrapado pérfidamente por soldados de la Guardia Nacional por orden expresa de Anastasio Somoza García, fundador de la dinastía somocista, que los intervencionistas estadounidenses obligados a abandonar el país habían dejado en calidad de «gauleiter» en Nicaragua.
Pasado un tiempo, los nicaragüenses honestos dirían con toda razón: «Somoza es la Guardia Nacional». Y no era ninguna exageración. Los oficiales disfrutaban de un sueldo inaudito para los países centroamericanos. Un recluta cobraba 75 dólares mensuales y el sueldo de un coronel llegaba a 263. Además, percibían pluses especiales por concepto de alimentación, pago de alquiler y asistencia médica.
La Guardia Nacional disponía de sus propios hospitales, zonas residenciales, centros recreativos, playas, etc. Se hacía todo lo posible para reducir al mínimo los cotidianos contactos humanos entre los militares y el pueblo. Si los soldados estaban dispuestos a matar por un plato de lentejas, los oficiales necesitaban de un pago mayor. Además de un alto sueldo, disfrutaban de concusión en las ciudades y poblados que controlaban. Aun jubilados, no dejaban de vivir a cuenta del estado.
En Nicaragua se declaró el estado de sitio, que de hecho no se suspendió hasta el 17 de julio de 1979. A despecho de un terror recrudecido al extremo, la oposición se puso a actuar de manera más activa.
El 17 de julio por la tarde llegó el fin de este régimen. El presidente del Parlamento y pariente del dictador, Francisco Urcuyo, trató febrilmente de preservar el régimen, más se sostuvo en la presidencia del país solo 36 horas. Temiendo la venganza del pueblo, los pilotos militares que habían bombardeado en forma bárbara las ciudades del país, huyeron a los países vecinos, donde se refugiaron también los principales jefes de la Guardia Nacional. Ante tales circunstancias, el 19 de julio, el coronel Fulgencio Largaespada anunció por la radio y televisión la capitulación incondicional de la Guardia Nacional.
Fuente: Lasandino.com

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